"When is an immigrant not an immigrant?"
- Manuel Gerez
- 20 ago 2018
- 8 Min. de lectura
Actualizado: 16 nov 2020
Un grupo de inmigrantes de Senegal y Gambia ambientan con música de djembes, bougarabous y dun duns el Parc de la Ciutadella durante la celebración de la Festa de la Mercè en Barcelona (2017)
La migración se ha convertido en las últimas décadas en uno de los fenómenos sociales más importantes en el mundo. En la actualidad miles de personas abandonan sus poblaciones y países para migrar hacia regiones que suponen una mejor oportunidad para su supervivencia, a pesar del alto riesgo que representa transportarse cientos de kilómetros en condiciones adversas y viajar a través de zonas de alta peligrosidad.
La migración, sin embargo, no siempre garantiza una mejora en las condiciones de vida por las que dejaron atrás a sus familias y países. Un elevado número de migrantes no consigue legalizar su estancia en los países de recepción, por lo que debe aceptar -en el mejor de los casos- trabajos precarios, ejercer el comercio callejero o vivir de la caridad.
Para lograr su supervivencia social, económica y cultural en un espacio ajeno y desconocido, los migrantes se valen de diversas redes sociales que operan como mecanismos para intercambiar información, encontrar habitación o colocarse en un trabajo.
En la mayoría de las ocasiones, los migrantes se organizan de diversas formas para formar comunidades, sea mediante patrones de asentamiento cercanos o por medio de la organización formal en asociaciones o agrupaciones, las cuales permiten tener personalidad jurídica para diversas demandas sociales o simplemente para la reproducción cultural del grupo.
Migración: un extenso fenómeno social
La migración no es un fenómeno contemporáneo. Los grupos humanos han migrado de un territorio a otro desde la prehistoria. Sin embargo, el orden mundial establecido a partir de la consolidación de los Estados-nación ha supuesto su regulación.
Para referirme tan solo a un ejemplo histórico, son por demás conocidos los grandes movimientos migratorios del siglo XIX, en que millones de personas se sumaron a los flujos migratorios desde Europa, Medio Oriente, China y Japón hacia los Estados Unidos y algunos países de América Latina, principalmente Argentina, Brasil, Chile y Uruguay.
En décadas recientes, el empobrecimiento de la mayor parte de la población mundial, guerras, hambrunas, persecuciones religiosas, terrorismo, narcotráfico, el impacto del cambio climático, entre otros tantos factores relacionados con la globalización, ha incrementado las cifras de migrantes a nivel planetario. Fuera de los movimientos forzados por razones de conflicto bélico y crisis humanitarias (si es que los factores económicos no deben considerarse como movimientos forzados), cada año en todo el mundo cientos de miles de personas se movilizan para cambiar de lugar de residencia (sea intranacional o bien internacional) en busca de mejores condiciones de vida.
La migración ilegal representa en la actualidad una de las grandes preocupaciones para los países de economías avanzadas, en particular aquellos donde colinda el Norte y el Sur, como sucede entre México y los Estados Unidos o África y Medio Oriente con Europa.
En este sentido, los estudios migratorios mantienen ahora más que nunca su vigencia en las ciencias sociales. Independientemente de los diversos ángulos de aproximación al fenómeno migratorio (económico, político, social, religioso, de género), tradicionalmente los estudios se han centrado tanto en los factores como en las causas de la migración; es decir, además de analizar las causas estructurales, conocer los factores meso y microsociales que empujan a la gente a tomar la decisión de migrar.
Mientras que disciplinas como la ciencia política, las relaciones internacionales, la economía, la demografía y la sociología se han focalizado en los análisis estructurales, la antropología ha llevado a cabo investigaciones que, a través de las características propias de la disciplina, ha permitido describir, analizar e interpretar la opinión, la experiencia y el sentir de los propios migrantes como actores del fenómeno migratorio, con valiosos resultados e interesantes propuestas.
Los antecedentes de los estudios migratorios los encontramos a principios del siglo XX en Estados Unidos. El Departamento de Sociología de la Universidad de Chicago (Escuela de Chicago) comenzó las investigaciones sobre las grandes migraciones campesinas provenientes principalmente de Europa, que se asentaban en esa ciudad industrial.
Durante la primera mitad del siglo XX, la naciente Antropología Urbana centró sus estudios en los procesos de cambio cultural que sufrían los migrantes rurales en las ciudades. De esta manera, se preguntaban ¿de dónde venía esa gente?, ¿cómo se asentaban en la ciudad?, ¿cómo sobrevivían?
Robert Redfield, una de las figuras centrales en estos estudios, intentaba demostrar que el paso de una sociedad rural (una sociedad organizada, comunitaria y religiosa, con estrechos lazos sociales) a una urbana, provocaba desorganización, secularización e individualismo, conocido como el continuum folk-urbano.
Sin embargo, algunos antropólogos que se acercaron también a los migrantes rural-urbanos, pusieron en cuestionamiento estas aseveraciones. El también antropólogo norteamericano Oscar Lewis, en abierta polémica con Redfield, planteaba que los migrantes establecían una forma de organización, adaptación y vida en la ciudad. A esta forma de adaptación la denominó la cultura de la pobreza.
Las investigaciones recientes con migrantes, llevadas a cabo por la Antropología, han comprobado, efectivamente, que éstos no siempre pierden sus rasgos culturales ni sus formas de organización social, como tampoco la cultura se extingue al separarse del territorio original que la contiene. Estudios sobre identidad, organización social, lingüística, inserción laboral y urbana, de género, territorialidad, exclusión, apuntan hacia la conservación, resistencia y resignificación de las culturas originarias de los migrantes en los diversos espacios de migración.
Lo anterior se explica en buena medida porque, en general, los migrantes tienden a agruparse y formar comunidades que les permite la supervivencia en el nuevo lugar de residencia y la reproducción cultural del grupo. Pero si bien es cierto que la tendencia general es la organización y el mantenimiento de los lazos socioculturales, existen migrantes que prefieren alejarse de sus paisanos e integrarse plenamente en la nueva sociedad.
Los migrantes establecen densas redes sociales que permiten su supervivencia social y cultural en el nuevo espacio de residencia. De hecho, estas mismas redes son las que permiten la migración en sí misma. Gracias a la migración previa de conocidos, amigos o parientes del mismo pueblo o ciudad es que se logran abrir las rutas migratorias y dar inicio al flujo migratorio.
Redes sociales como las de paisanaje, de parentesco o de amistad funcionan como mecanismos de ayuda. Mediante las redes, los migrantes encuentran trabajo y casa, conocen gente del mismo pueblo o país, forman familias (matrimonios endogámicos), encuentran apoyo en casos de alguna urgencia (sea económica o de otro tipo), intercambian información, mantienen lazos simbólicos con las comunidades de origen y conservan viva la propia cultura.
Elementos culturales como el uso y comprensión de la lengua madre, la comida, los valores y creencias, costumbres y tradiciones, relatos, formas de pensar, festividades, bailes, ayudan al sujeto a mantener su identidad cultural. Y no solo para la generación migrante. Los estudios sobre segundas y terceras generaciones de migrantes han aportado importantes datos sobre la continuidad cultural entre los hijos y nietos de aquéllos.
La formación de comunidades en los espacios de migración se lleva a cabo por distintas vías. Un punto fundamental es la organización en agrupaciones que ayudan a mantener viva la cultura del lugar de origen.
En otras ocasiones, los patrones de migración y de asentamiento permiten la formación de comunidades relacionadas a espacios determinados, que conforman un territorio; es decir, la apropiación real y simbólica de un espacio dentro de un barrio o una zona de la ciudad.
En realidad, el territorio puede ser tan amplio como un barrio o tan localizado como un parque, ello depende de los migrantes, su capacidad de organización y los patrones de asentamiento, en buena medida derivados de las formas de inserción urbana y laboral.
Este proceso de apropiación del espacio está ligado a la reterritorialización. La idea procede de la noción acerca de que una cultura siempre está asociada a un territorio, el cual permite la supervivencia del grupo; al migrar, se aseguraba que se producía una desterritorialización, una pérdida de relación entre cultura y territorio, por lo cual la cultura perdía el entorno que le daba sentido. En realidad, ocurre lo contrario. Los migrantes se apropian de los nuevos espacios y se genera la reterritorialización; es decir, un proceso de apropiación del espacio tanto físico como simbólicamente, que no solo permite la reproducción social sino que adquiere significación cultural.

La territorialización más importante se origina gracias a los patrones de asentamiento grupales, permitiendo que paisanos y parientes vivan en espacios continuos dentro de un mismo barrio o zona. Este proceso es visible en diversas ciudades del mundo. Los barrios de migrantes aglutinan comercios, escuelas, iglesias o templos, que permiten la continuidad de la comunidad en la nueva localidad. Se crean referentes simbólicos del espacio que lo significan como propio: como capillas u oratorios, grafitis, zonas y locales de reunión, entre otros elementos, que remiten a la cultura del migrante.
Lo anterior es visible en zonas urbanas de varias ciudades del mundo, como los barrios estadunidenses de chicanos en ciudades como Los Ángeles y Chicago, o de italianos y de chinos en Nueva York; barrios y asentamientos de coreanos y de bolivianos en la ciudad de Buenos Aires, Argentina; o los barrios étnicos de ciudades africanas. En menor escala, en prácticamente todas las ciudades latinoamericanas, se pueden observar calles y chabolas ocupadas por migrantes campesinos e indígenas que proceden del mismo pueblo o región, como en Chimbote, donde la vida de los serranos en esta población de la costa peruana es magistralmente narrada por el escritor José María Arguedas.
En ocasiones, estos barrios de migrantes, alejados físicamente de su localidad, son simbólicamente considerados parte del pueblo de origen. Son las denominadas comunidades multilocales.
Algo similar ocurre en los casos de la migración temporal o estacionaria (aquella que no tiene como fin último la residencia definitiva). Las extensas rutas migratorias permiten la construcción de un territorio simbólico de migración. Un espacio geográfico conformado por distintas poblaciones y lugares a lo largo de la ruta, entre el punto de partida (el de la población de origen) y el punto de llegada (la ciudad, zonas turísticas, zonas de explotación petrolera o zonas agrícolas), que cobra significado para los migrantes, como es el caso de ciudades de acogida temporal, santuarios o lugares sagrados o de curación, donde se llevan a cabo celebraciones del ciclo de vida, festividades, danzas, etcétera.
En diversos casos que presentaré en futuros proyectos de foto documental, de una u otra manera se observa que todos los grupos de migrantes conservan parte de su bagaje cultural.
Es el caso de los migrantes africanos de Senegal y Gambia en España, con el uso de las lenguas wólof o fula y la conservación de la música con tambores e instrumentos de cuerda (Music From Africa); también el de los latinoamericanos, como los bolivianos que radican en ese país europeo, quienes mantienen el uso de la lengua aymará y se organizan en agrupaciones o fraternidades culturales como La Morenada (una danza del Altiplano boliviano), que les permite conformar una comunidad y mantener su identidad cultural; o bien, en fenómenos sociales como las migraciones indígenas, presentes en diversas zonas urbanas o los grandes polos de desarrollo turístico en México, como el caso de las movilidades del grupo étnico ñáñhö u otomí del municipio de Amealco, en el estado de Querétaro, cuyo patrón de asentamiento concentrado permite la continuidad de la comunidad en la ciudad y que es reconocida como el Barrio Séptimo por de la comunidad originaria de estos migrantes, la comunidad de Santiago Mexquititlán.
Para terminar, retomo la frase del título de la entrada: "When is an immigrant not an immigrant?". Pertenece a un texto del músico nigeriano Olugbenga Adelekan. Quisiera compartir su trabajo, ya que narra de manera puntual los diversos procesos a los que se enfrenta un inmigrante (como él mismo) en una gran ciudad europea.
El texto ilustra la fuerte confrontación personal entre identificarse entre una u otra cultura, en mantener la identidad cultural original o integrarse plenamente en la nueva sociedad, o bien intercambiarla dependiendo del espacio de interacción social.
A fin de cuentas, como se sabe en las ciencias sociales, si bien hay migrantes que prefieren establecer fuertes lazos con otros paisanos y formar comunidad, también los hay quienes prefieren dejar todo atrás, ocultarse como inmigrante e integrarse plenamente en la nueva cultura. Después de todo, tomar la decisión de migrar también es algo personal.
El texto forma parte del proyecto Eku Fantasy, de Olugbenga Adelekan (Metronomy) y Gareth Jones (Jumping Back Slash).
Aquí dejo la liga de este interesante texto aparecido en la página Clashmusic.com el 30 de abril de 2018.
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